lunes, 19 de julio de 2010

El amor en la edad madura. A propósito de "El dios de madera".

Me encantó “El dios de madera”, la segunda película de Vicente Molina Foix. Se acaba de estrenar en Madrid, pero pudimos verla hace unas semanas en un pase privado que convocó a ese otro mundo de Vicente, la gente de la literatura. Me encantó esta historia disimétrica, mejor, estas dos historias entrecruzadas y ambas disimétricas; una, la de Maria Luisa y Yao, por la edad y el color. Y las dos, la de Ruber y Raschid también, por la economía, la clase y hasta la situación legal. Y añadiría una tercera, quizá la más importante de todas, el conflicto entre madre e hijo, ese edipo soterrado, ese drama alojado sutilmente en la memoria de ambos. Esto en lo que se refiere a los sentimientos, porque el lienzo sobre el que se desarrollan el amor mercenario y el amor a secas, y los sutiles trasvases entre uno y otro, es el de la emigración ilegal, las mafias que la controlan y la indefensión de estas personas venidas del Magreb o del Africa profunda, contadas en unas pocas calles de la ciudad de Valencia.

Como se pueden imaginar los visitantes de este blog, mi identificación particular de lectora ingenua de cine se estableció, inmediatamente, con el personaje que encarna Marisa Paredes. La mujer madura que se enamora del joven negro –Madi Diocou, Yao en el film-, y la fascinación envidiable de él por la señora rubia. La materialización de una fantasía casi inevitable, que lo fastidiado de envejecer es… que no envejecemos! -y tienen que ver cómo es ese chico que se le apareció a Molina Foix en el casting de la película. La cámara no se recrea particularmente en este joven senegalés, que se lo merece con creces…. Pero frivolidades aparte –y la belleza y la elegancia natural no son frívolas- Marisa Paredes va haciéndonos ver todo el juego de prejuicios, atracción y recelos, todos esos vaivenes del amor que van desde la negación y la resistencia a la aceptación, desde la incredulidad a la entrega, en una interpretación llena de matices. Porque esta es una historia de matices.

¿Es una historia creíble? El amor de la mujer madura es siempre transgresor. De hecho, la mujer madura es una pura transgresión, y su sexualidad, que no puede ser reproductiva y fértil, se niega desde todas las “naturalidades” posibles. En primer lugar, porque esa lógica que desmontó Betty Friedan hace ya muchos años, pero que está enraizada en el llamado sentido común, sólo considera a las mujeres desde su fertilidad. Antes no se es, después tampoco. Así que podrá participar del hecho erótico, en todo caso, como sujeto deseante. Pero como objeto? Si la mujer madura es invisible, si ha dejado de ser mujer…. La sabiduría de Vicente Molina Foix es mostrarnos la aparición de un complejo sentimiento, no exento de pasión, en el alma de Yao. Un sentimiento que Maria Luisa tarda en creer, y que no les voy a contar cómo ni qué, que no voy a destripar la película.

Y en el sentido de su infertilidad biológica, esta historia de amor –con muchas comillas, con muchos elementos complejos, como todas- es paralela a la otra, la relación homosexual entre el hijo (Nao Alber) y Raschid, el joven emigrante marroquí (Soufiane Onaarab)… Hay muchos elementos comunes en estas dos historias, un poco mercenarias, un poco amorosas, un poco transgresoras, pero que finalmente nos ponen delante a cuatro personas bien distintas, pero eso, personas. Y ése es, además del gusto puramente cinematográfico de su lenguaje, su mérito fundamental. El que hace que la peli te deje pensando, y que crezca más, ya fuera de la sala.

sábado, 17 de julio de 2010

Más mujeres muertas, más campañas machistas

Nota Previa:
Esta es la primera versión del artículo publicado en El País el día 15 de julio. En estos dos días, ha caído al menos, una más. La diferencia entre este y el de El País es bastante irrelevante, se ha debido a un problema de espacio y lo he cortado yo misma. Hace unos días, publiqué en el blog un artículo de hace tiempo, sobre el mismo tema. Al parecer, seguimos en el mismo estado de cosas.... salvo las feroces campañas neomachistas. Un agobio.



En los últimos seis meses, 39 mujeres muertas a manos de sus parejas o exparejas, en España. En todo el año pasado cayeron 55. De estas 39, como de las otras 55, unas pocas habían denunciado malos tratos, por lo que se vé, con poca suerte o poca protección. De hecho, una de las últimas había visto como, diez días antes, un juez consideraba insuficiente su petición de socorro. En un juicio rápido, posible gracias a la ley de violencia de género. Que duerma bien. El juez.

Las estadísticas nos dicen que nadie llega a acertar con un cuchillo de cocina sin haberlo esgrimido antes: denunciantes o no, presumimos que las víctimas lo han sido después de una larga cadena de sufrimientos. Uno de los últimos asesinos había escrito de antemano su confesión, y la llevaba en el bolsillo cuando fue a matarla. Había preparado y acariciado su crimen. Sobre esto ya hemos escrito muchas, y muchas veces. Mi sensación particular es de cansancio, porque no se acaba este horror. Además, en periodismo, hablar siempre de lo mismo…. Parecería que no tiene una otro tema, con lo genial que es hablar de literatura. Los guiris dicen que hay que ver, cuánto se mata en España. Es que las contamos, señor, suelo contestar. Y lo que no se cuenta, no se tiene en cuenta –frase escuchada en un reciente encuentro sobre la 1325, sí, la Declaración de Naciones Unidas sobre las mujeres y niñas en la guerra. España y Canadá las cuentan. Nadie más. Uno de los empeños de las feministas en el seno de Naciones Unidas es exigir a los países miembros que cuenten sus muertas. Muchos se niegan.

El número de muertas en España, en los últimos seis meses, supera la estadística del año anterior. Y coincide con una auténtica campaña del neomachismo, -término felizmente acuñado por Amparo Rubiales-, en varios frentes. Si todos son políticos, que lo son, el primero lo es directamente: la campaña a degüello contra el Ministerio de Igualdad y contra la ministra, desde el mismísimo día en que fue nombrada. Me extraña no haberla visto llorar como a aquella magnífica ministra francesa. Yo hubiera llorado varias veces, y eso no mermaría ni mi inteligencia ni mi eficacia. De hecho, alguna vez me ha tocado llorar: no como ministra, claro. La derecha no puede tolerar los pasos hacia la igualdad entre las mujeres y los varones, y la discriminación positiva, tan tímida, les parece mucho más discriminatoria que esa discriminación negativa que venimos soportando hace mil siglos, y que ahora da un pasito para atajar. Pero así es la vida: los privilegios se dan siempre a base de desposeídos, es decir, con víctimas, y hay un momento en que éstas quieren por sobre todo, dejar de serlo. Eso ha pasado con las mujeres. Un Ministerio que propone y vigila que se cumplan los baremos de igualdad, y que plantea nuevos programas con este fin, me parece absolutamente necesario en una sociedad tan desigual como la nuestra.

El segundo frente es la prioridad legal de la llamada “custodia compartida”, que estaría y está muy bien en los casos de común acuerdo en el divorcio, con las mil variantes de reparto de las responsabilidades familiares, pero que es un truco malo en caso de malos tratos, de separación contenciosa o de abandono manifiesto. En suma, me parece que no debe ser el procedimiento legal prioritario, ni que pueda ser impuesto por el juez, y no sólo a mí, sino a la inmensa mayoría de las juristas, y conste que el ir y venir de los niños de casa a casa no me parece tan peligroso como el que sigan en la de siempre, viendo y oyendo vete a saber qué. Los niños son instrumentos arrojadizos, pero lo son con divorcio y sin él, y lo son en muchas, demasiadas familias. Dice Ángela Alemany, presidenta de la Asociación de Mujeres Juristas Themis, que “la custodia compartida solo debería contemplarse en aquellos casos en que ambos progenitores estén de acuerdo, y preservando siempre el interés del menor que es el bien jurídico a proteger”.

También está la campaña para imponer el célebre SAP como prueba aceptable en los juicios de divorcio y custodia de menores. El SAP, diseñado y apoyado por algunas organizaciones integristas norteamericanas, es el llamado Síndrome de Alienación Parental, un desvarío de la mente del menor inducido por la malísima que tiene su custodia. Hombre, que hay gente que malmete, hay gente que malmete. Pero diagnosticar SAP para anular la voluntad del menor o poner en juicio su testimonio, y que ese diagnóstico sicológico tenga validez jurídica, eso sí que puede dañarle abundantemente en su psique. Lo deseable es que los niños no fueran a los tribunales, pero si es necesario, que vayan con todas las de la ley. El SAP, científicamente contestado en los mismos Estados Unidos de América, es sólo un instrumento para castigar y desmentir a las madres.

Y por fin, y ya me indigna absolutamente, hay otra sorda campaña contra la Ley de Igualdad, por un lado, y contra la de Violencia Machista –que ya sé que no se llama así, aunque debería- que esgrime la supuesta falsedad de las denuncias de malos tratos. Yo no digo que no haya casos, muy sonados, por cierto, de trampas en algunas denuncias. Pero no ponen a prueba la ley: ponen a prueba su funcionamiento, es decir, el derecho de defensa y presunción de inocencia, y el derecho a prueba en contra, a los que cualquier acusado, inocente o culpable, tiene derecho. Demasiadas veces, la falta de reflejos de quienes tiene que aplicar la ley, les hace llegar tarde, y la denunciante está muerta. ¿No conmueve esto a los buenos padres que llenan los medios de soflamas por los maridos suicidados –después de cargarse a la suya, claro- y por quienes fueron “atrapados” por la ley de violencia? Pues no, no les conmueve ni lo más mínimo. Están en una guerra abierta, la guerra de los sexos, y esperan restaurar la situación de prepotencia y poderío anterior, con todas las leyes de su parte. Como antes.

Mientras, y han muerto una a una, asesinadas de una en una, 39 mujeres han caído en sólo seis meses y sólo en España. Algunos de los asesinos se han suicidado después. Podrían haber empezado por lo segundo, digo yo.

Cota: Cada año, pasan del millar las muertas por terrorismo machista en Europa.