domingo, 5 de agosto de 2012

Chavela Vargas vive!

Acaba de morir Chavela. La que me dijo en esta entrevista, hace ya un cerro de años -tenía 77, ha muerto hoy con 93, hagan ustedes las cuentas- que no se pensaba morir nunca. Después habría otras, dos por lo menos, que publicó también El País. Pero esta es la que tiene más vitalidad, la que tiene la fuerza que tuvo Chavela, que tiene su voz. Y sin más, ahí está, tal cual.

 
Chavela Vargas: "Soy una yegua mal amansada".
Rosa Pereda
Huatlicue, diosa, le gritaban en el Bellas Artes de México a Chavela Vargas, y así reconocía su tierra que Chavela había sa­lido del desierto y había vuelto en gloria. A ella le pareció el final de una bella y terrible historia, que era la suya y que podía haber contado su amigo García Márquez, y dijo que se des­pedía con aquel disco, "Volver, volver", y se iba a vivir al mar. Ahora, harta de mar -"charco de mierda, salado", le llama con ira y con humor- sigue volviendo. Setenta y siete años dice que tie­ne: ayer presentó en Madrid un nuevo disco, "Somos", producido como "Volver" por Manuel Arroyo, y durante los próximos dos meses gra-bará otro y se irá de gira por los escenarios espa-ñoles.
"Estaba yo un poco destanteada, cuando me llamaron", dice. Tan destanteada que había apuntado con la lugger al lugar exacto de su corazón, allá en la playa de Costa Rica donde construyó su casa, para terminar vaciando el cargador sobre las olas negras del que la estaba enloqueciendo. Había entrado a caballo, a pelo, en el agua, y la resaca la había desmontado. Había acercado sus dedos a la pequeña víbora de la playa, y no llegó a tocarla por­que le pararon a gritos los campesinos: señora, que es muy vene­nosa y no tenemos antídoto. "Dudé un poquito, pero muy poquitito. Madrid es la tierra de mis amores: qué se yo qué me une, es un

extraño maridaje de Madrid conmigo... Uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida. Hasta que ya no pueda volver más, porque ya me haya ido".
Dice saber que ella y Jorge Negrete han sido los más queridos de los mexicanos que han cantado en España. A Costa Rica fue buscando un sueño, y porque "me ata mucho el amor de mi hermana Ofelia, que vive allá". Y la casa estaba sola, entre el mar y la selva: hay que tener pistola. "Nací en Costa Rica pero nunca viví allá. Desde niños, cuando te crias en la selva, que tu madre no puede estarte cuidando todo el tiempo, te enseñan a disparar, a defenderte, sobre todo cuando son cuatro hijos, no puede andar la madre todo el día detrás de todos, en-tonces nos enseñan las armas, primero un rifle chiquito, un 22, una pistolita chiquita, después una pistola más grande, después una pistolota... Y aprendes a manejar las armas y además, que el arma es para matar y hay que saberla usar. Porque dispara y mata. Es una disciplina. Más que nada, sentir la sensación de tener un arma en la mano, te hace sentir acompañada. Yo me siento acompañada".
Cuenta que empezó a usar la pistola de muy niña, por las ser---­pientes. "Para entrar al baño había que matarlas". "Pues claro que maté muchas. Y me dan lástima, es un animal que me cae bien. Porque pobrecita, no tiene la culpa de que todo el mundo la odie, desde el principio de los tiempos. Por qué. Quizá es simpática, si la puedes tratar. Yo tenía en Cuernavaca una "lora", verde, muy linda, y le daba leche y pedacitos de pollo y se los comía, y

no atacaba. Me enseñaron de pequeña los campesinos que el animal no ataca si no le molestas, hay que mi-rarlo o pararse muy cerca para que se te aviente. Así me gusta-ría que fueran las personas, porque los animales no se meten con nadie ni hablan. Tienen la virtud de no poder hablar". Y recita como si reza-ra: "Quetzalcoatl, la Ser-piente Emplumada, la Estrella de la Tarde y el Espejo de la Ma-ñana, Padre Quetzalcoatl... Cuando sa-bes lo hermosas que son las cosas de dentro, el dinero estorba porque a vces por estar cui-dando el dinero descuidas lo más her-moso de la vida".
No parece que fuera su caso, le digo, eso de cuidar el dinero. -Porque no lo tengo.


-Pero cuando lo tiene...
-Me lo gasto. Para eso es el dinero, es redondo para que ruede. Dice que se bebió tres coches de carreras, un palacio, lo que tuvo. La suya, desde el principio, es una vida de extremos. "Yo nací ciega. A los dos años, me cu-raron los indios de la ceguera, pero a los tres cogí la polio y me quedé inválida. Todavía guardo en la casa los aparatos que usaba. Me curé. La vida me dijo anda, pero anda para todas partes. Que hay gente que camina pero no anda. Yo soy una turista de la vida, que vive en un estado de gracia. Como a los cinco años. Me curó un indio con un bejuco de la selva. El la masticaba y me ponía en la boca su saliva...a todo el mundo le daba asco, pero me curó. La polio no me dejó ninguna secuela, un poco delgadas las piernas, pero qué me importa: yo monto a caballo, nado, levanto pesas y camino tres kilómetros cada día a los 77 años que tengo ahora, un bonito nú­mero capicua para comprar lotería".
"Amo los caballos. Monto a caballo y ando en zancos y me tiro de los aviones". No es ningún farol. Hace dos años se tiró en para­caídas desde una avioneta y hace pocos días salió de noche, con su coche y sola, cruzando la selva costarricense a doscientos kilómetros por hora. Chavela Vargas es la encarnación constante de su leyenda, la que hace de ella una especie de Godiva que re­corría, con alguien a la grupa, la calle Insurgentes. "Ah, mi leyenda negra. Pero cómo voy a salir a caballo por esa calle que está llena de aceite... no, era mi carro, el Alfa Romeo, que era blanco y le llamaban el caballo. Y allí si subía todo el mundo, me iba de pachanga con Soraya o con Maria Beatriz de Saboya. Nos íbamos a nadar a los ríos, con mi caballo blanco como el de José Alfredo, el compositor de las más hermosas canciones, que se compró el coche y se fue a estrenarlo a los Estados Unidos, y hay esa canción que dice que llevaba el hocico sangrando y es que acabó el carro nada más comprarlo".
También como José Alfredo Jiménez, Chavela se subió a un arbol
con el deportivo, y terminó varios coches: aquel Alfa Romeo, y el Jaguar y el Ferrari. "En mi época de borrachera. Estoy cosida por todas partes. Pero ya no tengo deportivos: me parecen prepoten­tes. A mi no me apantalla nadie con el dinero, pero no me gusta ser prepotente. Tengo un buen carro y voy a doscientos".
-Y lo de disparar en escena?
-Ah, eso fue por jugar, y como estaba borrachona jalé el gatillo y la bala salió y rozó a una señora que no más se colocó el pelo y siguió escuchando... Muy valiente, otra hubiera hecho un es­cándalo.
Ahora se castiga a sí misma con la ironía, pero de Chavela viene el chavelazo, "eso que ocurre, algo que ocurre", y que ahora en la Residencia de Estudiantes, donde vive cuando está en Madrid, se siente que puede ocurrir en cualquier momento. Hay un crujido de viejo edificio en esta galería convertida en salón, y donde es-tamos solas. "Ves, alguien se acaba de levantar y se ha ido". Es una de esas "presencias" que siente Chavela, "tal vez una noche vengan a platicar conmigo, y me traigan a la Señora Muerte para presentármela, aquí Chavela, que no se quiere morir. Los elegidos de los dioses se van temprano. A mi no me quieren los dioses".
Los elegidos: su amiga Frida Kalho "y Diego Rivera, qué dos seres maravillosas. Hace poco tuve el honor de presentar el diario que editó Manuel Arroyo, y que cuenta cosas que yo viví. Frida me enseñó tanto, yo la ví sufrir con sus enfermedades, estaba cru­cificada. Linda gente. Gente que vivía su vida, sin importar-les el qué di-rán. Si de todas formas hablan de tí, mal o bien. Como dijo Agustín Lara, lo importante es que hablen de uno aunque sea bien... Aprendí a vivir, y aprendí también como es la muerte por la muerte de Frida, tan serena, tan hermosa, una noche cerró su diario y se durmió".
Vivió con ellos un par de años, desde el 54. Luego en el 56, al tiempo de grabar "Macorina", su canción emblemática, fue el éxi­to. "Ya brinqué la barrera del anonimato a la fama. Es emocio­nante, pero hay que estar muy paradita para poderlo manejar. Porque a veces te endiosas, y cuando triunfas hay que poner los pies en la tierra, y decir, soy un ser humano que ha hecho una carrera y ha triunfado, nada más". Y de la suya dice: "Una ca­rrera inmaculada porque nadie puede decir se vendió, la compraron o tuvo que hacer concesiones... jamás".
Luego vino el desierto. "El desierto de la soledad y el desierto del alcohol. Había noches, dias en-teros y semanas sin comer, be­biendo nada más.. Que por qué? Yo qué se. El alcohólico siempre busca un pretexto. Nada es cierto en nosotros. Yo inventé que le tenía miedo al escenario, que no podía cantar sin tomar. Y ya ves que sí canto. El alcohol me tomó el pelo a mí. Sufrí mucho, se sufre mucho con el al-cohol. Porque es esa mentira constante. Cuando se te pasa el efecto y vuelves en tí... Decimos en México: si en la borrachera te ofendo, en la resaca me la quedas debien­do. En la cruda, cuando se pasa la bo-rrachera, es cuando empiezas a sufrir: qué haría yo anoche, a quien ofendería...
-Pero cómo ha salido. Más sabia seguramente.
-El dolor y la soledad te enseñan
"La del alcohol es mi verdadera leyenda negra. Cuando iba a ac­tuar en el Olimpia de París, una colega que no diré su nombre porque acaba de morir me dijo que yo jamás llegaría, que alguien
con mi reputación no podía cantar en el Olimpia. Y yo le dije: pues estaría cerrado constantemente. Mira la señora Piaf y ahí está. Si es una artista, da igual que coma fuego. Eso de la buena reputación está bien para quien quiere ser madre abadesa".
Los que estuvieron en el Olimpia en octubre del 94 dicen que, sin haberlo pensado antes, Chavela Vargas se colocó en el sitio mismo donde cantaba Edith Piaf. Fue una jornada milagrosa, porque para ella el Olimpia era una meta, casi un sueño. No tenía razón Lola Montes, que ella no lo dice pero yo sí. "Aquellas butacas rojas, todas llenas de gente. Antes de cantar tenía 40 de fiebre, pero
no se lo dije a nadie, ni a Pedro Almodóvar que estaba conmigo en el camerino".
Si la vuelta de Chavela, tras el "infierno de la soledad y el alcohol" comienza en España hace 4 años, de la mano de Manuel Arroyo y con el apoyo de Pedro Almodóvar y de Elena Benarroch, su éxito está en México y ocurrió hace dos, en el homenaje del Bellas Artes, que tuvo que repetir con llenos totales. Y es que en realidad, México es su país. "Tengo padre y madre: la madre es España. México es el macho de América, es machón y bronco. Es el padre".
"En México voy a vivir en el Valle Sagrado de Teposztlan que yo adoro. He alquilado una casita, desde la que veo la pirámide de Tepoztleco, bellísma,  una casita pequeña y sola, sólo una mesa y una cama, así como aquí -dice refieriéndose a su celda monacal de la Residencia- ni espejo voy a tener, si ya se como soy y donde
tengo la cabeza, ya me peino con lo oscuro...Que no tenga re­cuerdos amargos, que tenga todo placentero para lo que me queda por vivir".

En Teposztlan conoció a Gabriel García Márquez, y le reencontró en Madrid hace algo más de un año. Pasaron la velada abrazados como novios, "le llené la chaqueta con los pelos de mi pullover de angorina, pero no le importó. Dice que quiere contar mi vida". Y a quien puede extrañarle si sus historias podrían ser las de un cuento del colombiano. Por ejemoplo: "Un día, en la Patagonia, en el fondo de un rio vi una piedra gris claro con una linea roja, cuando oí una voz que decía: no la toques, Chavela, porque es signo de muerte. Me volví y vi una mujer, una india y le pregunté de qué me conocía. Tú eres la clave del tiempo, la clave tonal del tiempo. Por qué, le dije. Porque tú eres desper-tadora de conciencias, rompedora de silencios, y le recuerdas a uno lo bueno y lo malo que ha hecho. Tu cantar es un continuo reciclar de energía, reciclar de conciencia. Por eso," termina como siem­pre que se pone trascen-dente, con un poco de humor: "por eso tengo tengo tantos remoli-nos en el pelo. Porque dicen que son antenas para las conexiones as-trales".
En la Patagonia estaba rodando "Grito de piedra", con Werner Herzog. "Herzog tenía mis discos desde que era jo-vencito y dijo:
búsquenme a Chavela Vargas, no quiero que can-te, quiero que actue nada más. Me encontraron y ya me fui con el a ese lugar tragico, tan duro. Todos enfermos menos yo, la más vieja de todos, nevando
porque se enojó la Pata-gonia porque es-tábamos taladrando el ce­rro, es como en México, ponte a horadar una piramide y algo pa­sa... Teníamos ya una semana sin filmar encerrados en un galpón enorme, cuando le dije a Herzog, vamos a hacerle una ceremonia a la Patagonia para que ya no se enoje, y cantamos, señora, estás dormida hace siglos, es muy natural que despiertes y te enojes con nosotros, que estamos violando tu sueño etermo, tu nieve virgen. Al día siguiente pudimos rodar". "No me gusta el cine. Lo veo muy sufrido, muy difícil, eso de repetir y repetir... No me gusta ensayar. Soy de aventón. Nunca puedo hacer playback porque el disco va por un lado y yo por otro. Nunca canto igual una cancion. En mi vida no hay nada igual. Yo no sé de veras por qué nadie me quiere, debería haber tenido un solo amor, un amor eterno, porque nunca hubiera sido el mismo, pero no".

Este del amor, de los amores -y en la leyenda de Chavela hay también ese lado apasionado y pasional de los amores tormentosos- es un tema por el que pasa de puntillas. No quiere hablar. "Es muy bonito el amor al principio. Pero va pasando esa época de la pasión, y ya vienen otras cosas. El amor es un constante ena-mo­rar, hay que estar todo el tiempo enamorando. A estas horas estoy muy tranquila, no sufro por nada y no tengo ganas. No estoy ce­rrada y amo la vida, pero no lo busco. En cuanto a mis amores, los leereis en un libro, y se enterarán ustedes, cuando yo me vaya. Tengo cinco casettes grabadas, pero sólo las daré cuando me muera. No se van a enterar, porque no me voy a morir. No hay apuro".

¿Por qué canta Chavela Vargas? "Qué sé yo. En lugar de gritar como loca, pues canto. Lo primero fue la voz: el verbo era la voz. Fijate lo imprtante que es el canto. El canto es la liber­tad. Yo sólo sé que amo la libertad. He sido siempre una yegua sin potrero. Soy una yegua mal amansada. Puedo ser mansa si se me sabe tratar, pero a las malas..."