domingo, 5 de agosto de 2012

Chavela Vargas vive!

Acaba de morir Chavela. La que me dijo en esta entrevista, hace ya un cerro de años -tenía 77, ha muerto hoy con 93, hagan ustedes las cuentas- que no se pensaba morir nunca. Después habría otras, dos por lo menos, que publicó también El País. Pero esta es la que tiene más vitalidad, la que tiene la fuerza que tuvo Chavela, que tiene su voz. Y sin más, ahí está, tal cual.

 
Chavela Vargas: "Soy una yegua mal amansada".
Rosa Pereda
Huatlicue, diosa, le gritaban en el Bellas Artes de México a Chavela Vargas, y así reconocía su tierra que Chavela había sa­lido del desierto y había vuelto en gloria. A ella le pareció el final de una bella y terrible historia, que era la suya y que podía haber contado su amigo García Márquez, y dijo que se des­pedía con aquel disco, "Volver, volver", y se iba a vivir al mar. Ahora, harta de mar -"charco de mierda, salado", le llama con ira y con humor- sigue volviendo. Setenta y siete años dice que tie­ne: ayer presentó en Madrid un nuevo disco, "Somos", producido como "Volver" por Manuel Arroyo, y durante los próximos dos meses gra-bará otro y se irá de gira por los escenarios espa-ñoles.
"Estaba yo un poco destanteada, cuando me llamaron", dice. Tan destanteada que había apuntado con la lugger al lugar exacto de su corazón, allá en la playa de Costa Rica donde construyó su casa, para terminar vaciando el cargador sobre las olas negras del que la estaba enloqueciendo. Había entrado a caballo, a pelo, en el agua, y la resaca la había desmontado. Había acercado sus dedos a la pequeña víbora de la playa, y no llegó a tocarla por­que le pararon a gritos los campesinos: señora, que es muy vene­nosa y no tenemos antídoto. "Dudé un poquito, pero muy poquitito. Madrid es la tierra de mis amores: qué se yo qué me une, es un

extraño maridaje de Madrid conmigo... Uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida. Hasta que ya no pueda volver más, porque ya me haya ido".
Dice saber que ella y Jorge Negrete han sido los más queridos de los mexicanos que han cantado en España. A Costa Rica fue buscando un sueño, y porque "me ata mucho el amor de mi hermana Ofelia, que vive allá". Y la casa estaba sola, entre el mar y la selva: hay que tener pistola. "Nací en Costa Rica pero nunca viví allá. Desde niños, cuando te crias en la selva, que tu madre no puede estarte cuidando todo el tiempo, te enseñan a disparar, a defenderte, sobre todo cuando son cuatro hijos, no puede andar la madre todo el día detrás de todos, en-tonces nos enseñan las armas, primero un rifle chiquito, un 22, una pistolita chiquita, después una pistola más grande, después una pistolota... Y aprendes a manejar las armas y además, que el arma es para matar y hay que saberla usar. Porque dispara y mata. Es una disciplina. Más que nada, sentir la sensación de tener un arma en la mano, te hace sentir acompañada. Yo me siento acompañada".
Cuenta que empezó a usar la pistola de muy niña, por las ser---­pientes. "Para entrar al baño había que matarlas". "Pues claro que maté muchas. Y me dan lástima, es un animal que me cae bien. Porque pobrecita, no tiene la culpa de que todo el mundo la odie, desde el principio de los tiempos. Por qué. Quizá es simpática, si la puedes tratar. Yo tenía en Cuernavaca una "lora", verde, muy linda, y le daba leche y pedacitos de pollo y se los comía, y

no atacaba. Me enseñaron de pequeña los campesinos que el animal no ataca si no le molestas, hay que mi-rarlo o pararse muy cerca para que se te aviente. Así me gusta-ría que fueran las personas, porque los animales no se meten con nadie ni hablan. Tienen la virtud de no poder hablar". Y recita como si reza-ra: "Quetzalcoatl, la Ser-piente Emplumada, la Estrella de la Tarde y el Espejo de la Ma-ñana, Padre Quetzalcoatl... Cuando sa-bes lo hermosas que son las cosas de dentro, el dinero estorba porque a vces por estar cui-dando el dinero descuidas lo más her-moso de la vida".
No parece que fuera su caso, le digo, eso de cuidar el dinero. -Porque no lo tengo.


-Pero cuando lo tiene...
-Me lo gasto. Para eso es el dinero, es redondo para que ruede. Dice que se bebió tres coches de carreras, un palacio, lo que tuvo. La suya, desde el principio, es una vida de extremos. "Yo nací ciega. A los dos años, me cu-raron los indios de la ceguera, pero a los tres cogí la polio y me quedé inválida. Todavía guardo en la casa los aparatos que usaba. Me curé. La vida me dijo anda, pero anda para todas partes. Que hay gente que camina pero no anda. Yo soy una turista de la vida, que vive en un estado de gracia. Como a los cinco años. Me curó un indio con un bejuco de la selva. El la masticaba y me ponía en la boca su saliva...a todo el mundo le daba asco, pero me curó. La polio no me dejó ninguna secuela, un poco delgadas las piernas, pero qué me importa: yo monto a caballo, nado, levanto pesas y camino tres kilómetros cada día a los 77 años que tengo ahora, un bonito nú­mero capicua para comprar lotería".
"Amo los caballos. Monto a caballo y ando en zancos y me tiro de los aviones". No es ningún farol. Hace dos años se tiró en para­caídas desde una avioneta y hace pocos días salió de noche, con su coche y sola, cruzando la selva costarricense a doscientos kilómetros por hora. Chavela Vargas es la encarnación constante de su leyenda, la que hace de ella una especie de Godiva que re­corría, con alguien a la grupa, la calle Insurgentes. "Ah, mi leyenda negra. Pero cómo voy a salir a caballo por esa calle que está llena de aceite... no, era mi carro, el Alfa Romeo, que era blanco y le llamaban el caballo. Y allí si subía todo el mundo, me iba de pachanga con Soraya o con Maria Beatriz de Saboya. Nos íbamos a nadar a los ríos, con mi caballo blanco como el de José Alfredo, el compositor de las más hermosas canciones, que se compró el coche y se fue a estrenarlo a los Estados Unidos, y hay esa canción que dice que llevaba el hocico sangrando y es que acabó el carro nada más comprarlo".
También como José Alfredo Jiménez, Chavela se subió a un arbol
con el deportivo, y terminó varios coches: aquel Alfa Romeo, y el Jaguar y el Ferrari. "En mi época de borrachera. Estoy cosida por todas partes. Pero ya no tengo deportivos: me parecen prepoten­tes. A mi no me apantalla nadie con el dinero, pero no me gusta ser prepotente. Tengo un buen carro y voy a doscientos".
-Y lo de disparar en escena?
-Ah, eso fue por jugar, y como estaba borrachona jalé el gatillo y la bala salió y rozó a una señora que no más se colocó el pelo y siguió escuchando... Muy valiente, otra hubiera hecho un es­cándalo.
Ahora se castiga a sí misma con la ironía, pero de Chavela viene el chavelazo, "eso que ocurre, algo que ocurre", y que ahora en la Residencia de Estudiantes, donde vive cuando está en Madrid, se siente que puede ocurrir en cualquier momento. Hay un crujido de viejo edificio en esta galería convertida en salón, y donde es-tamos solas. "Ves, alguien se acaba de levantar y se ha ido". Es una de esas "presencias" que siente Chavela, "tal vez una noche vengan a platicar conmigo, y me traigan a la Señora Muerte para presentármela, aquí Chavela, que no se quiere morir. Los elegidos de los dioses se van temprano. A mi no me quieren los dioses".
Los elegidos: su amiga Frida Kalho "y Diego Rivera, qué dos seres maravillosas. Hace poco tuve el honor de presentar el diario que editó Manuel Arroyo, y que cuenta cosas que yo viví. Frida me enseñó tanto, yo la ví sufrir con sus enfermedades, estaba cru­cificada. Linda gente. Gente que vivía su vida, sin importar-les el qué di-rán. Si de todas formas hablan de tí, mal o bien. Como dijo Agustín Lara, lo importante es que hablen de uno aunque sea bien... Aprendí a vivir, y aprendí también como es la muerte por la muerte de Frida, tan serena, tan hermosa, una noche cerró su diario y se durmió".
Vivió con ellos un par de años, desde el 54. Luego en el 56, al tiempo de grabar "Macorina", su canción emblemática, fue el éxi­to. "Ya brinqué la barrera del anonimato a la fama. Es emocio­nante, pero hay que estar muy paradita para poderlo manejar. Porque a veces te endiosas, y cuando triunfas hay que poner los pies en la tierra, y decir, soy un ser humano que ha hecho una carrera y ha triunfado, nada más". Y de la suya dice: "Una ca­rrera inmaculada porque nadie puede decir se vendió, la compraron o tuvo que hacer concesiones... jamás".
Luego vino el desierto. "El desierto de la soledad y el desierto del alcohol. Había noches, dias en-teros y semanas sin comer, be­biendo nada más.. Que por qué? Yo qué se. El alcohólico siempre busca un pretexto. Nada es cierto en nosotros. Yo inventé que le tenía miedo al escenario, que no podía cantar sin tomar. Y ya ves que sí canto. El alcohol me tomó el pelo a mí. Sufrí mucho, se sufre mucho con el al-cohol. Porque es esa mentira constante. Cuando se te pasa el efecto y vuelves en tí... Decimos en México: si en la borrachera te ofendo, en la resaca me la quedas debien­do. En la cruda, cuando se pasa la bo-rrachera, es cuando empiezas a sufrir: qué haría yo anoche, a quien ofendería...
-Pero cómo ha salido. Más sabia seguramente.
-El dolor y la soledad te enseñan
"La del alcohol es mi verdadera leyenda negra. Cuando iba a ac­tuar en el Olimpia de París, una colega que no diré su nombre porque acaba de morir me dijo que yo jamás llegaría, que alguien
con mi reputación no podía cantar en el Olimpia. Y yo le dije: pues estaría cerrado constantemente. Mira la señora Piaf y ahí está. Si es una artista, da igual que coma fuego. Eso de la buena reputación está bien para quien quiere ser madre abadesa".
Los que estuvieron en el Olimpia en octubre del 94 dicen que, sin haberlo pensado antes, Chavela Vargas se colocó en el sitio mismo donde cantaba Edith Piaf. Fue una jornada milagrosa, porque para ella el Olimpia era una meta, casi un sueño. No tenía razón Lola Montes, que ella no lo dice pero yo sí. "Aquellas butacas rojas, todas llenas de gente. Antes de cantar tenía 40 de fiebre, pero
no se lo dije a nadie, ni a Pedro Almodóvar que estaba conmigo en el camerino".
Si la vuelta de Chavela, tras el "infierno de la soledad y el alcohol" comienza en España hace 4 años, de la mano de Manuel Arroyo y con el apoyo de Pedro Almodóvar y de Elena Benarroch, su éxito está en México y ocurrió hace dos, en el homenaje del Bellas Artes, que tuvo que repetir con llenos totales. Y es que en realidad, México es su país. "Tengo padre y madre: la madre es España. México es el macho de América, es machón y bronco. Es el padre".
"En México voy a vivir en el Valle Sagrado de Teposztlan que yo adoro. He alquilado una casita, desde la que veo la pirámide de Tepoztleco, bellísma,  una casita pequeña y sola, sólo una mesa y una cama, así como aquí -dice refieriéndose a su celda monacal de la Residencia- ni espejo voy a tener, si ya se como soy y donde
tengo la cabeza, ya me peino con lo oscuro...Que no tenga re­cuerdos amargos, que tenga todo placentero para lo que me queda por vivir".

En Teposztlan conoció a Gabriel García Márquez, y le reencontró en Madrid hace algo más de un año. Pasaron la velada abrazados como novios, "le llené la chaqueta con los pelos de mi pullover de angorina, pero no le importó. Dice que quiere contar mi vida". Y a quien puede extrañarle si sus historias podrían ser las de un cuento del colombiano. Por ejemoplo: "Un día, en la Patagonia, en el fondo de un rio vi una piedra gris claro con una linea roja, cuando oí una voz que decía: no la toques, Chavela, porque es signo de muerte. Me volví y vi una mujer, una india y le pregunté de qué me conocía. Tú eres la clave del tiempo, la clave tonal del tiempo. Por qué, le dije. Porque tú eres desper-tadora de conciencias, rompedora de silencios, y le recuerdas a uno lo bueno y lo malo que ha hecho. Tu cantar es un continuo reciclar de energía, reciclar de conciencia. Por eso," termina como siem­pre que se pone trascen-dente, con un poco de humor: "por eso tengo tengo tantos remoli-nos en el pelo. Porque dicen que son antenas para las conexiones as-trales".
En la Patagonia estaba rodando "Grito de piedra", con Werner Herzog. "Herzog tenía mis discos desde que era jo-vencito y dijo:
búsquenme a Chavela Vargas, no quiero que can-te, quiero que actue nada más. Me encontraron y ya me fui con el a ese lugar tragico, tan duro. Todos enfermos menos yo, la más vieja de todos, nevando
porque se enojó la Pata-gonia porque es-tábamos taladrando el ce­rro, es como en México, ponte a horadar una piramide y algo pa­sa... Teníamos ya una semana sin filmar encerrados en un galpón enorme, cuando le dije a Herzog, vamos a hacerle una ceremonia a la Patagonia para que ya no se enoje, y cantamos, señora, estás dormida hace siglos, es muy natural que despiertes y te enojes con nosotros, que estamos violando tu sueño etermo, tu nieve virgen. Al día siguiente pudimos rodar". "No me gusta el cine. Lo veo muy sufrido, muy difícil, eso de repetir y repetir... No me gusta ensayar. Soy de aventón. Nunca puedo hacer playback porque el disco va por un lado y yo por otro. Nunca canto igual una cancion. En mi vida no hay nada igual. Yo no sé de veras por qué nadie me quiere, debería haber tenido un solo amor, un amor eterno, porque nunca hubiera sido el mismo, pero no".

Este del amor, de los amores -y en la leyenda de Chavela hay también ese lado apasionado y pasional de los amores tormentosos- es un tema por el que pasa de puntillas. No quiere hablar. "Es muy bonito el amor al principio. Pero va pasando esa época de la pasión, y ya vienen otras cosas. El amor es un constante ena-mo­rar, hay que estar todo el tiempo enamorando. A estas horas estoy muy tranquila, no sufro por nada y no tengo ganas. No estoy ce­rrada y amo la vida, pero no lo busco. En cuanto a mis amores, los leereis en un libro, y se enterarán ustedes, cuando yo me vaya. Tengo cinco casettes grabadas, pero sólo las daré cuando me muera. No se van a enterar, porque no me voy a morir. No hay apuro".

¿Por qué canta Chavela Vargas? "Qué sé yo. En lugar de gritar como loca, pues canto. Lo primero fue la voz: el verbo era la voz. Fijate lo imprtante que es el canto. El canto es la liber­tad. Yo sólo sé que amo la libertad. He sido siempre una yegua sin potrero. Soy una yegua mal amansada. Puedo ser mansa si se me sabe tratar, pero a las malas..."



domingo, 29 de abril de 2012

Como acabo de enterarme de que se ha hecho una peli con la novela "La pesca del salmón en Yemen”, del británico Paul Torday, y en su día me dió pie a escribir un poco, aquí está el artículo que entonces apareció en Opinión, de El País. Lo he releido y tiene cierta vigencia.....


El Feng Shui y el salmón



Cuando yo era pequeña, el siglo pasado, los libros nos servían para todo. Lo que uno y otra estaban leyendo en aquel momento era el tema con el que empezábamos el tanteo previo al ligue, y encontrarse con gustos parecidos –aunque nunca consiguiéramos desplazar la sospecha de que el otro maquillaba sus aficiones con fines tan obvios; y nosotras mismas guardáramos secretitos lectores no diré que inconfesables, pero de menos tono cuando una era una intelectual en ciernes- encontrarse con los mismos gustos, digo, era un placer escandaloso. Una promesa de coincidencia personal para ya veremos qué.

Y si una era tímida, aunque supiera que, a partir de los treinta, serlo sería su responsabilidad y no la de su carácter, el libro te acompañaba, y además, decía quién eras. Elegir el libro que sacabas a pasear tenía sus bemoles. Inconscientes muchas veces, casi siempre, pero hay libros impresentables, aunque muchas veces sean imprescindibles. El libro de compañía hablaba de tu nivel a muchos niveles. Y, pienso ahora, contábamos con que a buen entendedor. Conocimiento y reconocimiento. Era una especie de libro-estatus, cuando el estatus no era sólo cuestión de dinero, y más, cuando lo del dinero era una horterada. Las cosas –y los libros- han cambiado mucho  desde entonces. Yo, yo creo que también.

Por ejemplo, el valor añadido. Todos los libros lo tienen: desde el sello editorial al género de que tratan, los temas, los autores, en fin, ese contagio definidor de los públicos cautivos, y todos los públicos lectores estamos cautivos de algo, de alguien. De nuestro gusto y su historia. El ejemplo de la poesía es superválido pero no único. Los lectores de teatro son tan minoritarios como sus espectadores y sus profesionales y artistas. Los de terror y sf son una secta, aunque tengan canales –de pago- exclusivamente dedicados, y festivales de cine, cómic, literatura del y sobre el tema. Una secta activa y proselitista. Y los de policiales y misterio, una iglesia, porque me da la impresión de que somos más.

Pero hay un valor añadido muy funcional, muy eficaz, y yo diría que muy nuevo. Estoy pensando en dos libros recientes, pero en muchos más: en “El maestro de Feng Shui”, del escritor de Sri Lanka, Nury Vittachi, y en “La pesca del salmón en Yemen”, del británico Paul Torday. Es el ingrediente científico o, si se prefiere, el de un conocimiento sistematizado extraliterario, si es que hay algo que sea extraliterario. Una ciencia, aunque sea tan misteriosa y especializada como el Feng Shui o la piscicultura.

En “El maestro de Feng Shui”, Mister Wong, profesional de la readaptación de viviendas, negocios y fincas con mal fario, aplica sus conocimientos en la vieja ciencia china y se encuentra con nueve casos de muertes violentas que resuelve por esa misma vía. El Feng Shui está absolutamente de moda en occidente desde los ochenta, porque es el complemento “espiritual” del minimalismo en decoración de interiores. Aunque su origen está ligado al invento de la brújula, vale decir, de los campos magnéticos, su ritual es   barroco, mítico y místico, y su exigencia relaciona directamente la estética y la ética. Porque es una propuesta de equilibrio y ascesis, con esa cosa práctica de las morales orientales. Vamos, que llena la sed de espiritualidad tan fashion del fin de siglo, al tiempo que promete serenidad y abundancia, y las hace compatibles. 

La piscicultura, en cambio, es una ciencia dura y un paso más en la cría de alimentos. Con el mismo sentido que nuestros ancestros del neolítico, de nuestras culturas madres y padres del pastoreo y la agricultura, a la caza y la recolección abrasivas sucede la cautividad previsora, la reproducción protegida, el cultivo en fin. En esas nuevas granjas marinas, además, se conjuran los males del mar moderno, contaminado y en vías de esterilización, reproduciendo, gracias a tecnologías muy sofisticadas, las condiciones de crecimiento de los peces. Que están más estresados, pero lo mismo le pasa a las gallinas, no?, y a mucha gente. Alfred Jones, el protagonista de “La pesca de salmón en Yemen”, nos cuenta todo lo que tenemos que saber sobre piscifactorias, migraciones de peces, grados de salinidad, etcétera. Como nos lo cuenta el doctor Wong sobre orientaciones, tablas numéricas, diagramas y trigramas, en fin.

Es obvio que ninguno de los dos libros son manuales, que hay algo más, mucho más. La trama policial o la construcción de la utopía, la aventura del encuentro entre personas y, en los dos, entre culturas. La evolución de los personajes, que es la clave de la novela moderna, y de la vida. Pero la comparecencia de la ciencia, por muy iniciática y secreta que sea, funciona como un elemento estructural fundamental, y no sólo porque en ambos es la base del argumento. Es que, en la posmodernidad, las ciencias –igual de eficaces en eso las ocultas y las empíricas- son, paradójicamente, lo único verdadero. Así que la verosimilitud del libro está asegurada. Sobre todo, si contrasta con una aventura con tanto vuelo imaginario como la de la futura implantación de los salmones en las calientes montañas del Yemen.


miércoles, 1 de febrero de 2012

Tres mujeres con voz propia. Bueno, no, CUATRO!

Porque la cuarta es Julia Varela, la autora del libro "Mujeres con voz propia", un estudio sociológico sobre -o a partir de- Carmen Baroja, Zenobia Camprubí y Maia Teresa León, recién publicado por Ediciones Morata, y en cuya presentación, el miércoles 25 de enero, en el Círculo de Bellas Artes.dije lo que sigue.

"Creedme si os digo que estoy absolutamente fascinada con este libro. Yo creo que a veces los libros salen al encuentro de las personas, y yo tengo la impresión de que este que presentamos hoy, este “análisis sociológico de las autobiografías de tres mujeres de la burguesía liberal española”, como dice su subtítulo, ha venido a buscarme a mi. A lo mejor, cuando más lo necesitaba. A ver, ni su autora, Julia Varela, ni las tres protagonistas de esta historia, Carmen Baroja, Zenobia Camprubí y Maria Teresa León, ni, incluso, su contrapunto, Federica Montseny, me eran desconocidas, aunque he aprendido mucho sobre ellas. Es que el asunto, como el libro, va mucho más allá. El tema de la memoria, y más, la memoria de las mujeres, y la memoria de las mujeres como víctimas al par que como testigos de cargo –una memoria para echarse a temblar- hace tiempo que me preocupa. Alguna vez, incluso, he escrito sobre él, sobre la necesidad de recuperar esa memoria invisible por oculta, y hacerla funcionar como parte del análisis. Y el verano pasado codirigí un congreso, el Voces Mediterráneas 5, en torno al tema de “La memoria de las mujeres” y fueron muchas las aportaciones venidas de mujeres de toda el área mediterránea desde distintas perspectivas. Pero obviamente, no se agotó el tema. Así que, a mi manera de ver, estaba esperando este libro, porque, curiosamente, no sólo arranca de la necesidad de tener en cuenta los testimonios de los sujetos, en su caso el de estas tres mujeres, de alguna manera privilegiadas, que escriben su experiencia, sino que enseña qué hay que hacer con ellos. Nos ofrece un formidable aparato metodológico y conceptual, de manera que -y perdonen la torpeza con la que me expreso-, esos testimonios alcancen la finalidad para la que están escritos: esclarecer los hechos, cargarlos de razón, contribuir a que no se repitan y no se olviden. Dicho en concreto, nos muestra Julia Varela todo el entramado estructural y superestructural que hace –en el sentido de construir, de fabricar, y cita ella a Beauvoir- a las mujeres, y la manera en que los escritos autobiográficos de tres de ellas, sus memorias y diarios, le permiten poner en pie la verdad de toda una sociedad y su evolución. Para desembocar, hay que decirlo, en las condiciones políticas, económicas y sociales en las que se puede dar el desarrollo de las mujeres y la igualdad de género.


"De todo ese aparato conceptual a que me refería antes, yo destacaría un par de conceptos, a sabiendas de que los viene elaborando Julia Varela a lo largo de su ya extensa bibliografía.

"En primer lugar, lo que ella llama el “dispositivo de feminización” la creación de un ideal de mujer, y cito, “pendiente de las pequeñas cosas, buena madre, amante esposa y abnegada ama de casa”. La demostración de la historicidad de este dispositivo de feminización rompe la idea de su “naturalidad”, yo creo que en la línea del muchas veces citado Pierre Bourdieu. Un dispositivo que se remonta al final de la edad media y que cristaliza con el modelo trentiano. Que en esencia, saca a las mujeres de la vida pública, profesional y política, para recluirlas en la casa. Y señala cómo esta imposición, que se vive de una en una, aunque sea colectiva y social, se puede realizar gracias al ejercicio de una gran violencia, no siempre de baja intensidad. Naturalmente, sigue estos complejos dispositivos y su incidencia en esas tres vidas –en contraste muchas veces con la de Federica Montseny- y los esfuerzos de las tres por romperlo, y poder asumir modelos alternativos de mujer, con mayor o menor fortuna. La creación literaria y artística, y la expresión autobiográfica, serán a un tiempo ruptura y testimonio.

"En segundo lugar, lo que llama “el capital altruista”: que se podría entender como, y cito, “el sentido, la sensibilidad, el afecto, que los sujetos confieren a sus actos y a las relaciones sociales”. La cita inclusa de Jane Austen es, naturalmente, suya. Ese capital altruista es lo contrario del capital económico, vaya, y uno de los pocos, dice, “permitido o tolerado en los últimos siglos a las mujeres”. “Se podría plantear la hipótesis de que el capital altruista y el imaginario social femenino se retroalimentan”. Y está relacionado con esa carga de sentimientos por un lado, pero también de solidaridad, de incondicionalidad, que las mujeres aportan al mundo familiar, y que una desearía que aportaran –aportáramos- también al mundo tout court.

"Y por fin, el concepto troncal de memoria. Yo creo que el tema de la memoria de las víctimas irrumpió en el pensamiento europeo tras el Holocausto, que marcó la conciencia de unos hechos que ningún sistema filosófico ni lógico pudo prever ni podía explicar, pero que ocurrieron. Y ese “ocurrieron” inexplicable, como dice en España, Reyes Mate, impuso la inclusión de la memoria en el análisis. No sólo la facultad de recordar, sino los recuerdos mismos. Y eso, por dos razones: primero, para establecer los hechos. El recuerdo de la persona, su sufrimiento, vuelve incontestable que pasó lo que pasó. Particularmente cuando resulta inexplicable y sin razón, como en el caso del Holocausto, pero también de algunas otras realidades, como, desde luego, el sojuzgamiento de la mujer, su situación de inferioridad, incluso en casos de mujeres que, como las estudiadas por Julia, pertenecían a las clases acomodadas, cultas, instruidas y… y dominantes. Julia Varela nos da, contando con la verdad de esos testimonios, la “microfísica del poder” patriarcal y su correlato en el poder a secas, el económico, el político, el judicial, el omnímodo poder de la Iglesia. La memoria ayuda a establecer los hechos, o, como dice literalmente, la memoria no es ajena a la Historia., aunque, como avisa, conviene no confundirlas. Pero hay algo más: incluye una razón de orden moral, ese nuevo imperativo categórico de que habla Reyes Mate: la memoria exige que esté clara la intención del análisis: que el conocimiento de lo que pasa permita salir de la situación injusta y opresora. Que evite que se repita. Y Julia Varela lo tiene muy claro y lo deja muy claro. Escribe, pues, desde una perspectiva rigurosa y feminista. Porque su proyecto, dice, no sólo es un paso para acercarse a su mundo, la España de la primera mitad del siglo XX, sino “un intento de describirlo para comprenderlo mejor y para rendir un homenaje a un colectivo de mujeres que contribuyeron a hacer la historia, pero que, injustamente silenciadas, han permanecido durante demasiado tiempo al margen de ella”.

"Que nadie espere tres biografías lineales, porque no se trata de eso: Julia Varela entrecruzará estas vidas haciendo cortes sincrónicos en las tres, y poniendo a todas ellas en relación unas con otras, señalando las diferencias, las sutiles y las menos sutiles, pero también lo que hay en común. Este análisis sociológico, partiendo de los textos autobiográficos –memorias, recuerdos, diarios- de estas tres mujeres, que nacieron al principio, en medio y al final de un período de diez años, consigue vividamente desmenuzar el mundo que comparten, y, a partir de la experiencia narrada por las tres, darnos un aparato conceptual que nos va a permitir entender la historia en la que están inmersas, y a qué se enfrentan y de qué manera comparten un destino: el de la Historia de España en el que las tres quisieron intervenir activamente.

"Casi como un emblema, desde la portada, desde el título, Mujeres con voz propia, una se encuentra con que las tres, Carmen Baroja, Zenobia Camprubí y Maria Teresa León, ostentan orgullosamente su segundo apellido, el de la madre, cuyas influencias veremos en la construcción de esas personalidades, en sus opciones, en su sentido de la libertad, y hasta en sus culpas, concesiones y fracasos, que de todo hay. Desde sus propios matrimonios, los de las madres, a veces plagados de conflictos; desde su posición social y sus creencias, su cosmopolitismo en el caso de Zenobia. Pero ahí están esos nombres sin los que su educación sentimental no se comprendería. El contrapunto de Federica Montseny, y su madre, como representantes de una concepción del mundo y de la mujer, más radical, ponen las cosas en su sitio. Y a partir de ahí, como ramas iluminadoras, la cita de muchas otras, muchas mujeres con nombre propio, así como las instituciones, clubes y asociaciones en las que participan, nos dan un panorama de la sociedad española y el papel de las mujeres en ella. Y la historia, lo sabemos, es terrible. Como bien insiste Julia Varela, la mayoría de los textos de referencia han sido escritos en el exilio, consecuencia de la guerra civil y la dictadura de Franco.

"He dicho cuando empecé que el libro me tiene fascinada. Por su estructura, que ha sabido relacionar de manera esclarecedora las historias con la Historia, y las historias entre sí. Por cómo aclara el papel del arte y la literatura en la construcción del imaginario, y de éste, en las conductas y en la posibilidad de cambios sociales. Por la claridad de su método y por la seguridad de su intención. Por su lenguaje, de una eficacia y claridad ejemplares. Estoy absolutamente convencida de que con este “Mujeres con voz propia”, Julia Varela ha hecho una importantísima aportación a la memoria consciente de las mujeres, ha cumplido con creces su intención expresa. Y eso es más de lo que se puede decir de una buena parte de los estudios de género. Y de los ensayos en general.

 
P.S.: sirva esta nota aquí para retomar un blog que tenía, ay, muy abandonado, y como recomendación encarecida de la lectura de este serísimo y magnífico libro, que, además, se lee divinamente.

viernes, 20 de mayo de 2011

Mayo de 2011

La cara de zapato que se nos ha puesto a los del 68. Es que, en el fondo, no nos creíamos que la historia continuara….. más que a peor. Y ahí están nuestros hijos, que lo han comprendido y hecho desde el primer día, dando por saco en Sol y en tantas plazas de España. ¿Dando por saco? La cara que se les debió quedar a los parisinos aquel día, y eso que aquí no hay huelga general.

Todos sabíamos, lo sabíamos, que por algún sitio tenía que estallar. Tres años de crisis, tres años de paciente esperar. De momento, más que estallar, así, literalmente, no ha hecho más que florecer. Pero claro, va a depender de lo que pase el sábado. Y la cara de zapato se nos pone de zapato negro.

No hace falta llegar al zar Nicolás en Petersbourgo, ni a Konstadt, ni a Asturias del 34: la Historia nos da las clases pertinentes, y no sólo para seguir, sino también para parar. Estoy segura de que estamos ante una oportunidad histórica de poner a cada poder en su sitio. Mucho más: de que el poder político, el único legítimo, ponga a los demás en su sitio. Con el apoyo legitimante. Y que ese es el futuro, al que ninguna mano dura va a poder frenar. La diferencia con cualquiera de los momentos anteriores de la historia es que ahora la información llega al minuto: también los apoyos, las críticas, los posicionamientos de tropas, sean estas los sindicatos de policía o las asociaciones de jueces. Quiero decir: la correlación de fuerzas de cada momento está visible en tiempo real. Hasta la de la Junta Electoral Central. (¿Quién rayos tuvo el cuajo de abstenerse? Que duerma bien!)

Está visible, en tiempo real, para los gobernantes. Para los movilizados. Para la oposición: y cuidado. Están pidiendo prohibición y mano dura, y no es la primera vez que mandan provocadores, sí, provocadores, a montarla. Si lo que una dice sirviera para algo… Toda la inteligencia de Rubalcaba, toda su prudencia y sentido de la justicia, van a ser pocas. No me gustaría estar en su piel mañana, ni contestar su teléfono hoy.

jueves, 24 de marzo de 2011

En el centenario del Día de la Mujer Trabajadora: FEMINISMO, TODAVÏA?

                   Este texto, que cuelgo en mi blog abandonado durante todo este tiempo, acaba de aparecer  en la revista "Marie Claire", en su número de abril. Ya en los kioskos.



¿De qué hablamos cuando decimos feminismo? ¿Es una categoría en desuso? ¿Estamos ante el postfeminismo, como querían algunas teóricas norteamericanas desde hace más de diez años?

Cerrada la primera década del siglo XXI, que muchos profetizan como “el siglo de las mujeres”, este marzo se cumplen cien años justos desde que empezó a celebrarse el Día de la Mujer Trabajadora. El balance de esta historia, que es en realidad la del feminismo moderno, es, como poco, contradictorio. Porque, si bien ha habido logros indiscutibles, también es cierto que la mayor parte de los problemas siguen abiertos y que estamos lejos de la igualdad. Como dijo alguna vez la periodista norteamericana Susan Faludi, "la historia de las mujeres es como la limpieza: crees haber quitado todo el polvo, vuelves cinco minutos más tarde y hay que empezar de nuevo”.

La verdad es que casi nadie cree haber quitado todo el polvo, aunque es cierto que las mujeres tienen hoy un papel más relevante en la vida pública. Aunque el porcentaje sea casi ridículo, están algo más presentes en los puestos donde se toman decisiones, incluso hay una voluntarista tendencia a la paridad, sobre todo en la política progresista. Y también es cierto que hubo, y hay, una cierta ilusión de igualdad, que rápidamente fue desilusionada…. contestada por todos los datos de la realidad: las diferencias salariales por el género, por ejemplo. En España, las mujeres ganamos un 22% menos que los varones, por el mismo trabajo.

Natasha Walter, una de las que creían que la igualdad de sexos ya estaba conseguida, se desdice en Muñecas vivientes. El regreso del sexismo, (Turner, 2010), donde analiza el asalto a la igualdad desde el determinismo biológico. Porque toda una corriente, supuestamente científica, quiere explicar las diferencias de comportamiento entre varones y mujeres por la construcción cerebral o por la acción de las hormonas sexuales. Y la mencionada Faludi, en su ya clásico Reacción, subtitulado La guerra no declarada contra la mujer moderna, que fue traducido enseguida al castellano (Anagrama 1991), hablaba, ya en los noventas, de "la contraofensiva moral y política del poder masculino en América", de la auténtica "campaña de terror" contra las mujeres que deciden llevar adelante una vida autónoma en lo profesional y en lo laboral, amenazadas por una supuesta desfeminización y el chantaje a donde más duele: las mujeres que acceden al poder, se quedan solas!

Hace casi tres décadas que asistimos a esta reacción antifeminista, agudizada tras el atentado del 11 S en Nueva York y la restauración del mito de la hembra débil y el macho fuerte, analizado también por Faludi en su libro La pesadilla terrorista (Anagrama, 2008 ). Así que estamos sitiadas, no sólo por la reinvención “científica” de la desigualdad, sino por esa reasignación de los roles tradicionales, en la que se esfuerzan, codo con codo, con los integrismos religiosos y los “rearmes morales”. Todos coinciden en la reivindicación del papel reproductivo de las mujeres, la propuesta de la nueva crianza -amamantar a demanda del bebé, por ejemplo, o el parto “natural” y doméstico-, junto a la guerra a la contracepción y al aborto, y la relación entre la dedicación familiar y la felicidad…Decía Enma Bonino, en carta dirigida al congreso internacional Voces Mediterráneas: “Es suficiente mirar la ficción, o muchas películas de éxito, para notar que las mujeres poderosas son casi siempre antipáticas, no saben mandar, son histéricas, y, si acaso tienen hijos, ellos tienen muchos problemas. En fin, malas e infelices! Naturalmente siempre terminan siendo abandonadas por sus maridos al final de la primera parte, y remplazadas por una mujer muy dulce, que no tiene ninguna responsabilidad laboral”. “Detrás de una aparente liberación de la mujer, que parece limitarse a la esfera sexual, estamos sumergidas en un ambiente cultural que limita nuestros deseos, nos culpabiliza si rompemos con sus reglas, y empuja a nuestras niñas a soñar con ser sólo guapas, y más, guapísimas, pero todas iguales y, sobre todo, no inteligentes”. Y eso, pese a que las estadísticas nos cuentan los excelentes resultados de las chicas universitarias, en carreras antes copadas por los varones, como las ingenierías o las ciencias “duras”, o la eficacia probada de las mujeres en la vida profesional y laboral.

Nuestras niñas tienen que ser guapas, claro, y nosotras, jóvenes. Serlo es nuestra responsabilidad, sitiadas por las cremas antiedad, que ocupan buena parte de los espacios publicitarios, sobre todo en la televisión, o por intervenciones más agresivas, como la decidida opción por la cirugía plástica, un poco arrumbada de la publicidad por la crisis económica. Guerra al envejecimiento que pasa por esa saludabilidad que nos convierte en guardianas de la salud y el aspecto físico –la delgadez, por ejemplo- no sólo de nuestras personas, sino de toda la familia. Y que, en versión seguramente menos invasiva, o quizá más acostumbrada por la continuidad y la redundancia que lo ha instalado ya en el sentido común, es lo que queda de aquel furioso culto al cuerpo que irrumpió como supervalor en la década de los ochenta, y que se mantiene como ideal incluso para las adolescentes. “Sin tetas no hay paraíso”, aunque, dada la situación, a lo mejor hay que dejarlo para cuando pase la crisis…

Y es que el modelo físico de mujer, que incluye la indumentaria, es uno de los puntos de fricción entre las generaciones. No es raro que, tras la naturalización del cuerpo perseguida por la generación del 68 y las feministas de los setenta, con su rechazo del maquillaje, o del sostén como metáfora, y la persecución de un ideal andrógino –con todas las consecuencias que este modelo haya podido tener, y que habría que analizar críticamente también- asistamos ahora a la afirmación de las formas femeninas, hipertrofiadas muchas veces por esos fetiches de la ropa interior decimonónica, como los boustier o los ligueros y las medias cortadas, que pasan ahora de lo oculto a lo visible, de lo interior a lo exterior, de lo íntimo a lo público. Modelos provocadores como, primero, Madonna y después Lady Gaga o Gentry de París, proponen una feminidad a ultranza, que es asumida, con variantes evidentes, por las pasarelas de la moda, y desde luego, por un buen número de adolescentes y de tribus urbanas. Y Carolin Rochet puede decir en un reciente número de Marie Claire París que “se quiere todo. Ser sexy y respetada. La feminidad es una forma del feminismo”.

Para complicar un poco más las cosas, en un mundo en que las víctimas del machismo no disminuyen y cada vez alcanzan a mujeres más jóvenes, se nos aparece el velo, el hiyab, el pañuelo que identifica a las mujeres árabes y/o mahometanas, cuyo uso está creciendo en los últimos años, y no sólo en los países de origen, sino entre las comunidades asentadas en Occidente, donde se llega a ver casi como una agresión. Son las jóvenes las que están cambiando el sentido del velo, de sumisión a señal de identidad, y las que están removiendo la posición de sus madres, que se lo quitaron en señal de modernidad e igualdad. Pero coincide con la radicalización del islamismo político. Así que se pueden estar llevando por delante muchas cosas. No lo cree así Khadija Benganna, la presentadora de los informativos políticos de la cadena de televisión Al Yazira, que es la CNN del Medio Oriente: la referencia, por así decir, y que ha recuperado el velo para aparecer en pantalla. Ella trata de desdramatizar un debate, muchas veces confuso –el hiyab no es el burka afgano, no es el chador, no es la máscara saudí-, pero que sigue siendo difícil en una cultura que, si aplica las leyes coránicas estrictamente –y en varios países islamistas se aplican- reinstala a las mujeres en el terreno tradicional del sometimiento. Hay que reconocer que todas las religiones organizadas darían cualquier cosa por conseguir lo mismo…. Intelectuales tan solventes como la iraní Nayered Tohidi, de formación laica, han terciado en el debate de la prohibición del velo en la escuela europea, y se han manifestado en contra: se quedarán sin educación, vale decir, sin esperanza. Y otras, como la francoargelina Sihem Habchi, presidenta de “Ni putas ni sumisas”, el movimiento que, con un nombre tan expresivo, ha puesto al feminismo de nuevo en el candelero europeo, con “filiales” en un montón de países –España entre ellos- y una consultoría permanente para las Naciones Unidas, apuesta por el laicismo, contra el patriarcalismo, y por la interculturalidad. Porque estos son los conceptos en los que, el feminismo del siglo XXI, se mueve y se va a seguir moviendo, según parece.

Es que el gran cambio de conciencia que ha sufrido el feminismo en todo este tiempo, ha sido el cambio de sitio de las mujeres, de colectivo a mayoría. Las mujeres, como no se cansa de decir Soledad Murillo, la impulsora de las leyes de Igualdad y contra la violencia machista, y hoy en la Comisión de la Mujer de Naciones Unidas, no somos ni una minoría, ni un colectivo. Somos algo más del 52% de la población de la tierra, en España el 51 y pico. Mayoría absoluta. Los derechos de la mujer son, sencillamente, los Derechos Humanos. La universalidad de la igualdad que ellos consagran, nos viene tocando. No?

Y cómo, siendo mayoría, seguimos como seguimos? Bueno, pues dilucidar eso –y acabar con ello- es una de las tareas de las feministas. Una aportación recientísima es el libro de Teresa Langle de Paz La rebelión sigilosa. El poder transformador de la “emoción feminista”, que publica estos días Icaria, y en el que recorre, visitando las aportaciones silenciadas y silenciosas de muchas mujeres, la particular manera en que las mujeres han podido hacer historia, y el bochornoso silencio con que se les paga. En él lanza el concepto de emoción feminista, como una suerte de fuerza motriz, de rebeldía original, hacia la conciencia feminista, y naturalmente, hacia la acción, y reivindica el papel de la memoria de las mujeres como un dato fundamental que debe entrar en el análisis de una historia, la nuestra, que, hasta ahora, resulta ser invisible. “La distinción entre historia y memoria –dice- cumple la función de llamar la atención sobre el abismo insalvable que separa a la memoria de las mujeres de su propia historia, una amnesia de siglos; un hecho que condiciona la experiencia de género y perpetúa realidades discriminatorias”.

Cumplidos justos cien años desde que empezó a celebrarse el Día de la Mujer Trabajadora, el balance, como hemos visto, es contradictorio, pero la conclusión es irremediable. ¿Feminismo, todavía? Si, feminismo todavía. Lamentablemente. Ojalá no hiciera falta que, cada generación de mujeres, tenga que reformularlo según su tiempo y sus necesidades, según su emoción rebelde, según sus sueños.

lunes, 19 de julio de 2010

El amor en la edad madura. A propósito de "El dios de madera".

Me encantó “El dios de madera”, la segunda película de Vicente Molina Foix. Se acaba de estrenar en Madrid, pero pudimos verla hace unas semanas en un pase privado que convocó a ese otro mundo de Vicente, la gente de la literatura. Me encantó esta historia disimétrica, mejor, estas dos historias entrecruzadas y ambas disimétricas; una, la de Maria Luisa y Yao, por la edad y el color. Y las dos, la de Ruber y Raschid también, por la economía, la clase y hasta la situación legal. Y añadiría una tercera, quizá la más importante de todas, el conflicto entre madre e hijo, ese edipo soterrado, ese drama alojado sutilmente en la memoria de ambos. Esto en lo que se refiere a los sentimientos, porque el lienzo sobre el que se desarrollan el amor mercenario y el amor a secas, y los sutiles trasvases entre uno y otro, es el de la emigración ilegal, las mafias que la controlan y la indefensión de estas personas venidas del Magreb o del Africa profunda, contadas en unas pocas calles de la ciudad de Valencia.

Como se pueden imaginar los visitantes de este blog, mi identificación particular de lectora ingenua de cine se estableció, inmediatamente, con el personaje que encarna Marisa Paredes. La mujer madura que se enamora del joven negro –Madi Diocou, Yao en el film-, y la fascinación envidiable de él por la señora rubia. La materialización de una fantasía casi inevitable, que lo fastidiado de envejecer es… que no envejecemos! -y tienen que ver cómo es ese chico que se le apareció a Molina Foix en el casting de la película. La cámara no se recrea particularmente en este joven senegalés, que se lo merece con creces…. Pero frivolidades aparte –y la belleza y la elegancia natural no son frívolas- Marisa Paredes va haciéndonos ver todo el juego de prejuicios, atracción y recelos, todos esos vaivenes del amor que van desde la negación y la resistencia a la aceptación, desde la incredulidad a la entrega, en una interpretación llena de matices. Porque esta es una historia de matices.

¿Es una historia creíble? El amor de la mujer madura es siempre transgresor. De hecho, la mujer madura es una pura transgresión, y su sexualidad, que no puede ser reproductiva y fértil, se niega desde todas las “naturalidades” posibles. En primer lugar, porque esa lógica que desmontó Betty Friedan hace ya muchos años, pero que está enraizada en el llamado sentido común, sólo considera a las mujeres desde su fertilidad. Antes no se es, después tampoco. Así que podrá participar del hecho erótico, en todo caso, como sujeto deseante. Pero como objeto? Si la mujer madura es invisible, si ha dejado de ser mujer…. La sabiduría de Vicente Molina Foix es mostrarnos la aparición de un complejo sentimiento, no exento de pasión, en el alma de Yao. Un sentimiento que Maria Luisa tarda en creer, y que no les voy a contar cómo ni qué, que no voy a destripar la película.

Y en el sentido de su infertilidad biológica, esta historia de amor –con muchas comillas, con muchos elementos complejos, como todas- es paralela a la otra, la relación homosexual entre el hijo (Nao Alber) y Raschid, el joven emigrante marroquí (Soufiane Onaarab)… Hay muchos elementos comunes en estas dos historias, un poco mercenarias, un poco amorosas, un poco transgresoras, pero que finalmente nos ponen delante a cuatro personas bien distintas, pero eso, personas. Y ése es, además del gusto puramente cinematográfico de su lenguaje, su mérito fundamental. El que hace que la peli te deje pensando, y que crezca más, ya fuera de la sala.

sábado, 17 de julio de 2010

Más mujeres muertas, más campañas machistas

Nota Previa:
Esta es la primera versión del artículo publicado en El País el día 15 de julio. En estos dos días, ha caído al menos, una más. La diferencia entre este y el de El País es bastante irrelevante, se ha debido a un problema de espacio y lo he cortado yo misma. Hace unos días, publiqué en el blog un artículo de hace tiempo, sobre el mismo tema. Al parecer, seguimos en el mismo estado de cosas.... salvo las feroces campañas neomachistas. Un agobio.



En los últimos seis meses, 39 mujeres muertas a manos de sus parejas o exparejas, en España. En todo el año pasado cayeron 55. De estas 39, como de las otras 55, unas pocas habían denunciado malos tratos, por lo que se vé, con poca suerte o poca protección. De hecho, una de las últimas había visto como, diez días antes, un juez consideraba insuficiente su petición de socorro. En un juicio rápido, posible gracias a la ley de violencia de género. Que duerma bien. El juez.

Las estadísticas nos dicen que nadie llega a acertar con un cuchillo de cocina sin haberlo esgrimido antes: denunciantes o no, presumimos que las víctimas lo han sido después de una larga cadena de sufrimientos. Uno de los últimos asesinos había escrito de antemano su confesión, y la llevaba en el bolsillo cuando fue a matarla. Había preparado y acariciado su crimen. Sobre esto ya hemos escrito muchas, y muchas veces. Mi sensación particular es de cansancio, porque no se acaba este horror. Además, en periodismo, hablar siempre de lo mismo…. Parecería que no tiene una otro tema, con lo genial que es hablar de literatura. Los guiris dicen que hay que ver, cuánto se mata en España. Es que las contamos, señor, suelo contestar. Y lo que no se cuenta, no se tiene en cuenta –frase escuchada en un reciente encuentro sobre la 1325, sí, la Declaración de Naciones Unidas sobre las mujeres y niñas en la guerra. España y Canadá las cuentan. Nadie más. Uno de los empeños de las feministas en el seno de Naciones Unidas es exigir a los países miembros que cuenten sus muertas. Muchos se niegan.

El número de muertas en España, en los últimos seis meses, supera la estadística del año anterior. Y coincide con una auténtica campaña del neomachismo, -término felizmente acuñado por Amparo Rubiales-, en varios frentes. Si todos son políticos, que lo son, el primero lo es directamente: la campaña a degüello contra el Ministerio de Igualdad y contra la ministra, desde el mismísimo día en que fue nombrada. Me extraña no haberla visto llorar como a aquella magnífica ministra francesa. Yo hubiera llorado varias veces, y eso no mermaría ni mi inteligencia ni mi eficacia. De hecho, alguna vez me ha tocado llorar: no como ministra, claro. La derecha no puede tolerar los pasos hacia la igualdad entre las mujeres y los varones, y la discriminación positiva, tan tímida, les parece mucho más discriminatoria que esa discriminación negativa que venimos soportando hace mil siglos, y que ahora da un pasito para atajar. Pero así es la vida: los privilegios se dan siempre a base de desposeídos, es decir, con víctimas, y hay un momento en que éstas quieren por sobre todo, dejar de serlo. Eso ha pasado con las mujeres. Un Ministerio que propone y vigila que se cumplan los baremos de igualdad, y que plantea nuevos programas con este fin, me parece absolutamente necesario en una sociedad tan desigual como la nuestra.

El segundo frente es la prioridad legal de la llamada “custodia compartida”, que estaría y está muy bien en los casos de común acuerdo en el divorcio, con las mil variantes de reparto de las responsabilidades familiares, pero que es un truco malo en caso de malos tratos, de separación contenciosa o de abandono manifiesto. En suma, me parece que no debe ser el procedimiento legal prioritario, ni que pueda ser impuesto por el juez, y no sólo a mí, sino a la inmensa mayoría de las juristas, y conste que el ir y venir de los niños de casa a casa no me parece tan peligroso como el que sigan en la de siempre, viendo y oyendo vete a saber qué. Los niños son instrumentos arrojadizos, pero lo son con divorcio y sin él, y lo son en muchas, demasiadas familias. Dice Ángela Alemany, presidenta de la Asociación de Mujeres Juristas Themis, que “la custodia compartida solo debería contemplarse en aquellos casos en que ambos progenitores estén de acuerdo, y preservando siempre el interés del menor que es el bien jurídico a proteger”.

También está la campaña para imponer el célebre SAP como prueba aceptable en los juicios de divorcio y custodia de menores. El SAP, diseñado y apoyado por algunas organizaciones integristas norteamericanas, es el llamado Síndrome de Alienación Parental, un desvarío de la mente del menor inducido por la malísima que tiene su custodia. Hombre, que hay gente que malmete, hay gente que malmete. Pero diagnosticar SAP para anular la voluntad del menor o poner en juicio su testimonio, y que ese diagnóstico sicológico tenga validez jurídica, eso sí que puede dañarle abundantemente en su psique. Lo deseable es que los niños no fueran a los tribunales, pero si es necesario, que vayan con todas las de la ley. El SAP, científicamente contestado en los mismos Estados Unidos de América, es sólo un instrumento para castigar y desmentir a las madres.

Y por fin, y ya me indigna absolutamente, hay otra sorda campaña contra la Ley de Igualdad, por un lado, y contra la de Violencia Machista –que ya sé que no se llama así, aunque debería- que esgrime la supuesta falsedad de las denuncias de malos tratos. Yo no digo que no haya casos, muy sonados, por cierto, de trampas en algunas denuncias. Pero no ponen a prueba la ley: ponen a prueba su funcionamiento, es decir, el derecho de defensa y presunción de inocencia, y el derecho a prueba en contra, a los que cualquier acusado, inocente o culpable, tiene derecho. Demasiadas veces, la falta de reflejos de quienes tiene que aplicar la ley, les hace llegar tarde, y la denunciante está muerta. ¿No conmueve esto a los buenos padres que llenan los medios de soflamas por los maridos suicidados –después de cargarse a la suya, claro- y por quienes fueron “atrapados” por la ley de violencia? Pues no, no les conmueve ni lo más mínimo. Están en una guerra abierta, la guerra de los sexos, y esperan restaurar la situación de prepotencia y poderío anterior, con todas las leyes de su parte. Como antes.

Mientras, y han muerto una a una, asesinadas de una en una, 39 mujeres han caído en sólo seis meses y sólo en España. Algunos de los asesinos se han suicidado después. Podrían haber empezado por lo segundo, digo yo.

Cota: Cada año, pasan del millar las muertas por terrorismo machista en Europa.