domingo, 6 de junio de 2010

Ellas, las muertas.

NOTA PREVIA: Recupero aquí un artículo que publicó El País, el 1 de septiembre de 2006. Lo publico aquí el día en que llegan a 30 las asesinadas, víctimas del terrorismo machista. Y el día en que el PP anuncia que va a preguntar a Bibiana Aido por el aumento de las víctimas del machismo, del que culpa a la Ley protectora. Y a la igualitaria. No es momento de rasgarse las vestiduras, pero sí de tomar nota de la actuación de la derecha. Tenemos que reaccionar. Además, quiero señalar que los datos numéricos, en el caso del resto de países, son aproximados, porque salvo en Canadá y en España, no hay estadísticas oficiales respecto a las víctimas del machismo. Y lo que no se cuenta, no se tiene en cuenta. Ah, el artículo apareció también en El País Internacional, y en numerosos otors periódicos y portales on line. A lo mejor, por la calificación de "terrorismo machista" a esa incesante ola de terror, ideológico y finalmente orgánico.


ELLAS, LAS MUERTAS

No me gusta la palabra “violencia doméstica”. Me parece como si habláramos de mascotas, cortinas o cacharros de cocina, y no de esa plaga infernal que es el terrorismo machista. Pasarán de mil las mujeres que morirán en Europa, este año, víctimas de sus maridos y exmaridos, y en España, en lo que va de 2006, llevamos casi cincuenta. De lo que pasa en el resto del mundo no podemos ni enterarnos, salvo en esos casos en que el coraje o la suerte hacen salir algunos nombres heroicos de la estadística, por otro lado de difícil acceso... y de dificilísima elaboración. Porque ellas, las muertas, las pasadas y futuras muertas, las que están viviendo hoy la pesadilla del miedo, son tan invisibles como el aire.

Yo creo que el terrorismo machista es un mal de civilización. En Alemania mueren 300 al año, casi una diaria; una cada tres días en Inglaterra, y más de 70 al año en Francia. Los países del Norte tampoco se quedan cortos: en Suecia, 25 por año, cinco por millón de mujeres; pero en Finlandia son ocho por millón, siete en Noruega, seis en Luxemburgo y seis en Dinamarca.

Hay quien cree que son las mártires de la revolución de las mujeres, de su lucha por la igualdad, que es el diferencial político del siglo, pero, con el argumento, se descarga la culpa sobre las propias víctimas. Yo creo que el sometimiento de la mujer siempre ha sido violento. Todo sometimiento lo es. La violencia machista siempre ha estado en el horizonte imaginario de las mujeres, y también de los varones. Como una posibilidad fundante, hasta que pasa de lo posible a los hechos. Y tengo la impresión de que siempre ha pasado a los hechos.

Hay quien dice también que la causa de tantas muertas es la crisis de la familia. ¿Y a mí que me parece que esa familia patriarcal, monogámica e indisoluble era finalmente posible gracias a la violencia, a la presencia o la amenaza de la violencia machista? Y más: ese miedo soterrado en la familia por antonomasia hasta ahora, estaba protegido políticamente, legalmente. La penalización del adulterio hasta hace cuatro días, o el honor como eximente o atenuante en los crímenes “domésticos”, ¿no eran un apoyo institucional a la violencia sobre la mujer, como lo son hoy en otras culturas?

Las nuevas leyes de familia y las especiales de protección de la mujer, tan recientes en Europa y en España, corrigen ese fantasma tan real, que está ahí, aunque por ancestral resulte casi invisible. Ya se sabe, desde Bourdieu: natural. Esas más de 130.000 denuncias desde la promulgación de la Ley Integral, hablan de un cambio en la actitud de las víctimas: un cambio que sólo se podía dar en una situación de amparo legal. La sospecha de que son la punta del iceberg nos ofrece un mapa de sufrimiento, una a una, que es mucho más que una metáfora. Y el recelo de algunos jueces, público y publicado, respecto al “crecimiento de las denuncias falsas”, no puedo dejar de leerlo sin una mezcla de perplejidad y pavor.

Porque el mal trato “doméstico”, que ahora es denunciable y que apareja medidas protectoras, no es perseguible de oficio. Necesita la presencia denunciante de la agredida, y la intervención social –judicial, policial- está mediada por el respeto al mundo de lo privado. Qué paradoja, no? Cómo no defender la privacidad, ese ámbito de libertad soberana en que se cumple el desarrollo del individuo, y cómo no contar con el miedo de las víctimas al agresor, al escándalo, a la coerción social, a la verguenza.... O con esa esperanza imposible de la mayoría de las maltratadas en la regeneración de su hombre, sentimiento del que hablan todos los especialistas en el tema. O con esa especie de nudo sentimental, mezcla de cariños, odios, frustraciones e intereses, todos cruzados y mezclados... La víctima del maltrato familiar es la más interesada en denunciarlo, por supuesto, pero seguramente la más débil. Son demasiadas las denuncias que se retiran, y no precisamente porque fueran falsas.

El derecho del hombre a la sujeción violenta de la mujer sigue anclado en el sentido común. Y ahí, a ese lugar intangible en que hombres y mujeres se imaginan a sí mismos, las leyes terminarán llegando, pero lo harán despacio. La educación, fundamental, pide su tiempo, y los cambios sociales se generalizarán, pero también lentamente. ¿Qué hacer, entonces, para acelerar la historia? Yo diría que presión social. Socializar esos crímenes. Afear esas conductas y su origen mental e imaginario. Dar un barrido a la ideología silenciosa heredada. Y abrir ese debate apasionado y fecundo que necesitamos. En unos días, a mediados de septiembre, Tarja Halonen, la presidenta de Finlandia y por este semestre de la Unión Europea, hablará de este tema y otros con María Teresa de la Vega y Segolene Royal, candidata a la presidencia de Francia. Sería un buen momento.

Ah, y yo pediría a las autoridades, desde las más altas, que se personaran en los funerales de las víctimas, con flashes y taquígrafos. Los maltratadores no están organizados en una banda, y no reciben consignas, pero comparten la misma idea de propiedad sobre la mujer, de autoridad sobre ella, y extorsión, violencia, miedo, tortura y asesinato, son marcas del terrorismo. Pues como a tales.

P.S. Sigo en mis trece, cuatro años después. Terrorismo machista,. a tratar como tal.

2 comentarios:

  1. Sí, Rosa, sí. Y crece ese bulo de las falsas denuncias, pero casi ninguna de las muertas había denunciado ¿Cómo se entiende eso? Creo que es al revés; la mayoría de las mujeres que no respetan las visitas del padre a los niños y que son acusadas de querer hacer daño, nada más, han sido maltratadas y se han separado sin alegarlo, pero tienen terror a que sus hijos estén con el maltratador.

    ¿Sabes? yo no creo que ellas tengan la esperanza imposible de que su hombre cambie. La mayoría no. No sé por qué es algo que nadie dice y que conozco. Es que creen que su hombre tiene razón. Durante años, antes del golpe, han sido convencidas de que son basura y se sienten basura y es normal que él las trate así. Ellas sienten así y, en la mayoría de los casos, el ser asesinadas es una liberación.

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  2. Creo que un análisis más preciso es posible, si se tiene la voluntad de llegar a la verdad y a la una solución correcta.

    En ese escenario, no decir toda la verdad o utilizar la demagogia para relacionar hechos o situaciones de forma simplista o interesada con la hipótesis de partida o el objetivo perseguido es algo incorrecto. (Mi más sincera disculpa si no hay intencionalidad)

    La tesis de que la violencia machista es algo consustancial al hombre (o a la generalidad de los matrimonios), que se produzca fundamentalmente al sentimiento de pertenencia que los hombres crean tener sobre la mujer en el matrimonio, relacionarla con actividades terroristas (organizadas, con un fin en mente), no separar culturas diferentes del análisis (inmigrantes), no indicar cifras de violencia de mujeres contra hombres, etc. son algunas de las cosas a las que me refiero.

    Cualquier persona que se sienta en peligro debe ser protegida (por petición o de oficio).
    Cualquier acto delictivo debe tener el mismo castigo independientemente de la naturaleza del autor.
    En cualquier tragedia (como la de las muertes de mujeres en manos de sus parejas o, menos frecuentemente, a la inversa) debe ser analizada con rigor para intentar entender qué ha ocurrido (diagnóstico) y tomar las medidas para intentar evitar que se repita.

    Ojalá se eviten más muertes en el futuro.
    Como persona, tengo los mismos objetivos que tú en este tema.

    Lo que es trampa es relacionarlo a la ligera con otros temas (igualdad en la sociedad, actuación en casos de separación y divorcio, custodia compartida) cuya relación es compleja, inexistente o, pudiéramos concluir tan un análisis profundo (es una hipótesis) de causalidad inversa.

    Saludos

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